No me gusta la Feria.

No me gusta la feria. Ea, ya lo he dicho. Ahora puedes pensar tranquilamente que soy un bicho raro. O como me gusta decir a mí, soy un bicho raro de cintura para abajo. Vamos, lo que viene a ser un bicho raro de cojones.
Sinceramente, no se que le ve la gente a esta fiesta. Cuando era pequeño la única motivación que encontraba era montarme en los “cacharritos”, y con el paso de los años el coger la cogorza padre con los colegas. Pero ahora... Seré que me estoy haciendo mayor y solo veo los inconvenientes.
No me gusta el tener que aparcar en sitios inhóspitos, alejados, y que normalmente son de pago o hay un gorrilla que me exige la voluntad.



 
No me gusta el tener que quedar con los amiguetes para que finalmente éstos no aparezcan y tengas que disimular esa cara que dice “si, si, a mis amigos les importo un pimiento y me han dejado tirado”. No me gusta el tener que llamarlos al móvil para saber donde carajo están y que, por su puesto, no te contesten. No me gusta el tener que andar por el real aguantando la respiración si no quiero matar mis pulmones con ese dulce olor a mierda de caballo. Además si calzas un 45 de pie, como un servidor, por mucho que trates de esquivar mojones variados, charcos, chicles, vómitos, o alguna otra sorpresa del suelo, seguro que algo de recuerdo te llevas a casa. No me gusta el entrar en la caseta y verme inmerso en una cruel batalla campal por obtener una silla vacía. No me gusta que dicha silla sea tan incómoda, y que tras sentarme mi espacio vital sea brutalmente violado por el humo del tabaco o por la fragancia “O´ de sobaco” del que tengo atrás. No me gusta el tener que tener un ojo atento a mis acompañantes y otro vigilando el bolso de la parienta por si hay algún manos largas. No me gusta tener que comer una tortilla de patatas cuyo metro cuadrado está más caro que el de la vivienda sobre una mesa pegajosa, pequeña y que normalmente cojea.. No me gusta que una gitana me insista para que le compre un clavel, que un yonki haga lo mismo para que le compre tabaco, que un negro quiera que le compre una pulserita o aguantar a un chino para que le compre un aparato cuyas luces te producen un ataque epiléptico si lo miras fijamente más de tres segundos. No me gusta el tener que beber un brebaje extraño llamado rebujito, que nunca bebo durante el resto del año, y que está asqueroso si dejas que el hielo se consuma. Yo soy más de cervecita, pero claro, parece ser que durante esos días la gente olvida el beber alguna otra cosa.
Y hablando de cosas que haces una vez al año. No me gusta el tener que compartir la mesa con personas que se perfectamente cuando fue la última vez que las vi; exacto, en la última feria. Otra vez a recordar nombres y a tratar de inventar algún tema de conversación interesante. No me gusta el tener que entenderme con mis acompañantes a base de gritos porque María del Monte sigue cantando a la sombra de los pinos después de tantos años, así que lo que lo único que puedo hacer es fingir que escucho lo que me hablan y asentir con la cabeza. Siempre queda la opción de salir a bailar, pero odio las sevillanas. Soy incapaz de bailar una música que detesto, y si lo hiciera, me parece un baile frio con movimientos calculados y repetitivos. Una vez puede que tenga gracia, pero repetir lo mismo una y otra vez ya cansa, y más si apenas tienes espacio para ello, por lo que las posibilidades de que la que está a tu lado te meta el cigarro en el ojo son altas. Además, en este baile todos sus pasos  están tan estipulados que no hay lugar a la improvisación; bueno sí, pero siempre corres el riesgo de ganar el título del “graciosillo” del tablao que va con unas copitas de más.
Y cuando por fin llega la hora de emprender el regreso a casa, toca recordar lo lejos que aparcaste el coche mientras observas como de rodillas para abajo estás lleno de un albero cuyo polvo tu nariz ha esnifado en dosis industriales hasta tal punto que el respirar se convertirá en algo muy desagradable durante los tres próximos días.   

Mi santa esposa, que tanto tiene que aguantar por mi culpa, siempre me recuerda que “soy mu esaborio pa se andalú”. Y lo cierto es que tiene toda la razón del mundo. No me gusta la feria. Estoy en contra de la Semana Santa y el Rocio. Si no perteneces a una Hermandad seguro que no has nacido aquí. Detesto el calor insoportable que hace en verano, y el frio penetrante del invierno que se te cala en los huesos. No me gusta que la gente no sepa lo que es una papelera pública y el caminar por la calle sea un divertido juego de esquivar basura y mierdas de perro (al menos es un buen entrenamiento para la feria). No me gusta el flamenco, ni la rumba, ni las sevillanas, ni nada de eso que lleve el tan visto compás 3x4 hecho en Andalucía. No me gusta que me tachen de juerguista y tipo gracioso cada vez que cruzo despeñaperros. No me gusta la picaresca típica de estas líndes. No me gustan los toros. No me gusta algunas mujeres se lleven una hora delante del espejo para comprar el pan mientras que otras salen en pijama y babuchas. Joder, no me gusta ni mi acento.



Pero os voy a confesar una cosa. Creo que no podría estar en mejor sitio para vivir. Me encanta Andalucía. Me encanta porque al no gustarme muchas de sus costumbres mi espíritu crítico se mantiene siempre despierto y activo. Si viviera en un sitio donde me gustara todo lo que le rodea me hubiera adormecido crítica y cognitivamente. Por eso, adoro vivir en Andalucía.




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